LOS 7 PECADOS CAPITALES: LA IRA. RUPTURAS SENTIMENTALES Y ENFADOS

Reunión con amigos. Mayoría apabullante del género masculino. La única mujer lleva mucho rato soportando un chiste machista tras otro cuando de repente pregunta:

  • ¿En qué se parece un hombre a una pizza?
  • ¿En qué? -preguntan divertidos los maromos.
  • En que lo llamas y en veinte minutos lo tienes calentito en la puerta de tu casa.

Utilizar un chiste para decir «ya está bien» es muy sano aunque pueda atacar a la otra persona (o al otro género, como en este caso). Pero si la ira va más allá de evitar que te falten al respeto, sólo genera malestar y mal rollo. Vamos con los ejemplos.

Del amor al odio…

Fases en una ruptura sentimental:

1. Algo no va bien (acuden a terapia)
Vamos a intentar arreglar lo nuestro, llevamos muchos años juntos, hay que intentarlo porque todavía nos queremos.

2. Esto no funciona
Por más que intento razonar no hay forma, sigue en las mismas, no quiere cambiar, no me entiende, no he parado de intentarlo y es imposible, la convivencia es insoportable. Pero aunque nos separemos vamos a comportarnos de forma civilizada e intentar quedar como amigos.

3. Se acabó (que diría María Jiménez)
No le conozco, no es la persona con la que he pasado tantos años, no era así… Aquí vienen las disputas, si hay hijos por los hijos, si hay bienes por los bienes, si hay pensión por la pensión, y si hay otra persona por la otra persona

4. Sed de venganza
Le odio, ojalá se muera (me han llegado a decir esto aunque parezca muy fuerte), me ha engañado, no está haciendo lo que prometió… La rabia se dispara cuando el/la ex no cumple las promesas económicas o de custodia de los hijos, o cuando vuelve a tener pareja. Y se convierte en ira cuando las personas de tu entorno, con toda su buena intención, le ponen verde porque creen que así se solidarizan contigo y te ayudan a superarlo.

Si quieres seguir con tu vida dejando atrás a tu ex, no alimentes el odio, porque como dije en el artículo anterior te enganchas más. Deja que tu rabia pase o hazla desaparecer poniendo  emociones positivas en tu vida, saliendo, quedando con amigos pero no para desahogarte y darle vueltas y más vueltas a tu relación acabada, sino para divertirte. Disfruta de tus aficiones o créate nuevas y déjate mimar por tu familia, pidiéndoles  que dejen de hablar de él/ella para que ocupe tu mente el menor tiempo posible. Sólo así cicatrizará tu herida, porque si sigues odiando, sigues sangrando.

Los enfados interminables

Hace poco vi un cartel en el Facebook que rezaba: “me he fijado que las personas prefieren dejar de hablarte, que disculparse por lo que hicieron mal…”. No puedo estar más de acuerdo, pero ¿por qué? ¿Por qué cuesta tanto pedir perdón?

Disculparse significa reconocer un error. Huy. Mierda. No soy perfecto. Me equivoco. Ay que me escuece la autoestima. Va a ser que no. La culpa entonces la tiene el otro que no me entiende, no me comprende. Es un miserable. No merece que le aprecie. Es más, se merece que le desprecie. Así se dará cuenta de lo mal que me ha tratado. O sea, como los niños pequeños: me enfado, no te ajunto y no respiro.

Enfadarse es asimismo algo natural cuando una persona hace algo que te molesta o te duele. Pero si mantienes el enfado con el objetivo de que la persona que te ha ofendido «recapacite», se disculpe y te dé la razón, estás utilizando la ira (de forma pasivo-agresiva), para imponerte. Pero, como comenté en el artículo anterior, así no convences, por tanto el conflicto volverá a surgir cuando la persona se canse de tus «morros» y se afiance en sus posiciones.

Piensa además que estando de «mala gaita» el más perjudicado eres tú. Por eso, habla con él/ella. Exprésale cómo te sientes, deja que dé sus razones e intenta acercar posturas. Y si no lo consigues tienes dos opciones:

–   Si la persona que te ha agraviado te importa: pactad el no volver a sacar el tema objeto de conflicto. No se puede estar de acuerdo en todo.

–   Si no te importa: con su pan se lo coma. Que siga con su vida que tú sigues con la tuya. No tenemos por qué llevarnos bien con todo el mundo. Si no te queda otra porque es familia política o un compañero de trabajo, me remito a lo anterior: no saques ese tema. Pero no mantengas el enfado, porque puedes poner a tu pareja entre la espada y la pared o perder tu empleo.

Resumiendo, la ira puede llevar a interpretar la vida como una guerra en la que hay que estar alerta por si te atacan, y eso a lo que te lleva es a un trastorno de ansiedad. Si creéis que estáis en esa situación, ya sabéis… aquí está la psicóloga.

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LOS 7 PECADOS CAPITALES: LA IRA

Vamos con el pecado que complica mucho la convivencia entre los seres humanos, y que está en el origen de las guerras. En la RAE hay varias definiciones, de las que me quedo con estas dos:

1. Sentimiento de indignación que causa enojo.
2. Apetito o deseo de venganza.

Vista la definición 1, casi podría afirmar que todos hemos pecado de ira en alguna ocasión. Y en cuanto a la 2… pues casi lo mismo ¿no? La ira en sí, desde el punto de vista psicológico, si se controla, no supone un problema. Pero si se descontrola y ese apetito y deseo de venganza se convierte en ataque hacia la persona o personas que han hecho nacer la ira en ti, ésta puede hacerte prisionero ¿por qué? Mahatma Gandhi tiene la respuesta:

Lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia.

Efectivamente, si consigues que alguien ceda a lo que pides imponiéndote en lugar de negociando o persuadiendo, tendrás que seguir utilizando esa violencia para que esa persona o grupo acceda a hacer lo que tú quieres o te dé la razón en algo. Pero tu supuesto poder es muy relativo. Volviendo a Gandhi:

Me opongo a la violencia, porque cuando parece causar el bien éste sólo es temporal, pero el mal que causa es permanente

El bien es temporal porque la persona cede obligado, no convencido, por lo que tú tienes que mantener esa violencia para conseguir tus propósitos. ¿Y eso en que te convierte? En una persona violenta. Y no me refiero sólo a la violencia física, sino a la verbal. Un insulto, un desprecio, te convierten en alguien que insulta y que desprecia. Es decir, te hacen peor persona. Y además (sigo con Gandhi, que para eso era un abanderado de la no violencia):

La victoria lograda por violencia es equivalente a una derrota, porque es momentánea

Quien recibe el insulto y el desprecio o la agresión física no sólo no va a cambiar su forma de pensar sino que se afianzará en su punto de vista aunque «trague», con lo cual al final más que vencer has perdido.

El gran problema de la ira es que en su origen está el miedo, y lo que le sigue es el odio. El miedo, como ya comenté, es necesario para preservar nuestra integridad física y/o psíquica porque te permite huir o enfrentarte a un posible peligro. Por tanto, cuando alguien te hace daño desarrollas miedo hacia esa persona y la ira surge por dos motivos:

–   Como mecanismo de autodefensa: si le rujo no se me vuelve a acercar.
–   Como deseo de venganza: voy a hacerle el mismo daño que me ha hecho a mí, porque «se lo merece».

El primer motivo es totalmente adaptativo: o me alejo o provoco que se aleje para no sufrir más. Pero el segundo te ata más aún a quien te hizo daño, porque ante tu deseo de venganza esa persona sigue estando presente en tu pensamiento y en tu vida y no te deja pasar página. Es entonces cuando sobreviene el odio, y te convierte en su esclavo. Es lo que suele ocurrir a menudo en las parejas, y lo que destruye familias y amistades.

En el próximo artículo hablaré de situaciones concretas en que la ira se desata para daros algunas claves que os ayuden a controlarla, pero entretanto, vuelvo una vez más a Gandhi con una frase que no parece suya:

Si hay violencia en nuestros corazones, es mejor ser violentos que ponernos el manto de la no violencia para encubrir la impotencia.

Entiendo que se trata de ese mecanismo de autodefensa que acabo de mencionar. Si una persona insiste en dañarte quizá tengas que sacar a pasear la ira para evitar que lo siga haciendo. En caso contrario nos sentiríamos impotentes y a la larga esa frustración desembocaría en un verdadero ataque de violencia. No se trata de agredir ni entrar en discusiones fuertes, pero tampoco plegarnos con la excusa de que no somos violentos y recurrir al consabido «por no discutir…»

No tratar de imponer tu punto de vista no significa renunciar al mismo. Si el otro tiene su opinión, tú tienes la tuya. No merece la pena seguir discutiendo porque no lleva a nada, mejor seguir caminos diferentes que empeñarse en llevar la razón o en dársela al otro para no entrar en conflicto: ese consentimiento puede convertirse en el germen del odio que descontrola la ira, y que te acaba destruyendo.

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LOS 7 PECADOS CAPITALES: LA SOBERBIA: SÍNTOMAS

Como con los otros pecados, sería muy raro que en algún momento de nuestra vida no hubiéramos pecado, envidiando o deseando a alguien «prohibido», o en este caso creyéndonos más que los demás. Sobre todo si nos chocamos con otro soberbio. Imaginaros situaciones como éstas:

 –   En la obra: el jubilado que le dice al albañil cómo ha de poner los ladrillos. Me va usted a enseñar cuando llevo más de veinte años haciéndolo.

 –   En casa: estás haciendo la comida, y tu pareja que no ha cocinado en su vida te dice que estás echando demasiada cebolla al guiso. Qué me estás diciendo si no sabes ni freír un huevo.

–   En el trabajo: el recién licenciado te dice cómo tienes que hacer tu labor. Mira, niño, cuando tú tomabas el biberón yo ya estaba aquí pegándome con los clientes, así que vuelve para tu casita a que tu mamá te cuente un cuento cuando te vayas a dormir.

Molesta bastante que alguien que no sabe nada de tu profesión o de lo que haces te intente dar lecciones ¿verdad? Os podéis entonces hacer una idea de cómo nos sentimos los psicólogos (al principio, luego te acostumbras), porque hay mucha gente que se cree que sabe psicología simplemente por tener ciertas experiencias de vida. Pero como ocurre tan a menudo tenemos la soberbia, en lo que a nuestro oficio se refiere, más que superada, porque si fuéramos de “sobrados” no seríamos permeables y no podríamos ayudar a las personas en sus contextos y circunstancias.

Ésa es la diferencia básica entre el amigo que te da un consejo pensando en cómo lo haría él mismo y el psicólogo que te escucha, se mete en tu piel y busca soluciones ayudándote a utilizar tus propios recursos o enseñándote nuevos, pero siempre conforme a tus valores y respetando tu personalidad. Bueno, no sigo publicitando mi profesión no sea que penséis que soy una soberbia jajaja.

¿Cómo sé si soy un soberbio?

Dice el refrán algo así como «en esta vida nada es verdad ni es mentira, sino en función del color del cristal a través del cual se mira». Las personas soberbias viven en una especie de jaula de cristal y lo ven todo bajo su prisma, no dejan que los demás les cuestionen su opinión porque son totalmente herméticos, se sienten muy seguros «tras la barrera» y descartan otros puntos de vista. Alertas que indican si estás pecando de soberbia:

–   Tendencia a escuchar a los demás pensando en qué les vas a contestar para conseguir que tu opinión se proclame verdad absoluta.

–   Incapacidad para aceptar valores diferentes a los tuyos, y de abrir tu mente a otros puntos de vista.

–   Animadversión hacia aquellos que parecen más cultos, inteligentes, fuertes, ágiles, etc. que tú, buscándoles el «fallo» para hacer ver que no son tan buenos como «se creen».

–   Convencimiento de que tu forma de ver la vida y tus valores son universales e indiscutibles y el que no está de acuerdo contigo está equivocado o «no sabe lo que es la vida».

La soberbia está bien vista

Los soberbios son etiquetados a menudo como “ganadores”. No tenemos más que mirar hacia ciertas figuras del deporte para observar la soberbia manando por todos sus poros, y a pesar de ello son admirados. Volvemos a las apariencias: cuánto más dinero y fama tengas más triunfador pareces y si en cambio eres humilde y no buscas el éxito a cualquier precio te catalogan como un idealista tonto y un perdedor. Y luego nos extrañará que ciertos políticos sin escrúpulos ganen elecciones, y que personajes estúpidos de la farándula se forren por hacer el cafre en programas de televisión.

Las consecuencias de ser soberbio

El soberbio vive en una realidad virtual, dentro de su jaula en apariencia segura, pero a fin de cuentas muy frágil. Su mundo está limitado porque no están abiertos a nuevas experiencias, no son flexibles, y no tienen recursos ante situaciones que se salen de sus esquemas de pensamiento. Si alguien toca su cristal entran en pánico. No. No quiero ver las cosas de otra manera, me siento muy a gusto aquí dentro. Estoy a salvo de cualquier agresión externa, así que no voy a dejar que te acerques a mi cristal. Virgencita que me quede como estoy… ¡crash!

No esperes a que se rompan tus protecciones para acudir al psicólogo si empiezas a notar que tu jaula se requebraja. Es preferible abrir una puerta, salir, disfrutar del aire libre y de las personas que están fuera, que te van a hacer crecer hasta tal punto que no necesitarás regresar a ese encierro. Y si se rompe, no dejes de venir. Te ayudaremos a vivir sin esa necesidad de estar constantemente parapetado en unas creencias e ideas rígidas e inamovibles.

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